
No son las actitudes artificiales: los encogimientos, las cobardías, los espíritus ñoños, la melancolía. Todo esto lo desenmascaró Teresa como "almas cobardes con amparo de humildad" (V 13, 2). La verdadera humildad es magnánima, fuerte, decidida: "No entendamos cosa en que se sirve más el Señor que no presumamos salir con ella, con su favor. Esta presunción querría yo en esta casa, que hace siempre crecer la humildad: tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes y no es aceptador de personas" (CV 16,8)
San Francisco de Sales insistía en el vínculo indisoluble entre humildad y generosidad: "Estas dos virtudes, humildad y generosidad, están tan juntas y van tan unidas la una a la otra que no pueden separarse. Pues la humildad que no entrañe generosidad es indudablemente falsa. La verdadera humildad, después de haber dicho: yo por mi no puedo nada, nada soy, cede el puesto a la generosidad que dice: yo lo puedo todo, pues pongo todda mi confianza en Dios que lo puede todo" (C. E. 21)
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