jueves, 1 de noviembre de 2012

Santos y santas de Dios


Entramos en una fiesta popular y entrañable, la fiesta de Todos los Santos; la ha preparado Dios para los que lo aman. Hay alegría, mucha alegría. Todo es de todos. Dios está en medio, como una fuente, y nos da sus dones para caminar mejor el camino.

La fiesta está muy concurrida. Multitud de hombres y mujeres llevan palmas y vestiduras blancas. Todos visibilizan lo admirable que es el nombre de Dios en toda la tierra. ¿Quiénes son éstos? Son los verdaderos vencedores de la historia, que han hecho presente en medio de las crisis la ternura de Dios. En algún momento pareció que eran vencidos por el mal y borrados de la historia, -¡metía éste tanto ruido!-, pero ahora no, ahora las voces de los pequeños de la tierra retumban como trompetas para proclamar un milagro patente: Es el Señor quien lo ha hecho. A Él la alabanza, la gloria, la sabiduría, la acción de gracias para nuestro Dios. Amén al tres veces Santo.

La santidad es el adorno de la casa de Dios. Creados para el amor, ahora, en todos, se hace patente el amor con que Dios los ha mirado. Cuando se encuentran, unos a otros se dicen con alborozo: “Mirad qué amor nos ha tenido”. Y cantan mientras danzan la hermosura con que Jesús los ha dejado vestidos. ¡Todos hijos en el Hijo! ¡Todos amados en el Amado! ¡Todos bautizados en Cristo! La santidad, como sentido de la vida; la santidad para el camino, con la afirmación teológica más esperanzadora: “Lo veremos tal cual es”.

Un gran cartel está a la entrada de la fiesta. En él se puede leer una pregunta: “¿Quién puede hospedarse en tu tienda?” La respuesta la tienen todos en los labios: ¡Las bienaventuranzas! Entran los que viven las bienaventuranzas, que son la carta magna de la nueva humanidad. Don de Dios y tarea para el día a día. La dicha se asoma en los que han elegido ser pobres, limpios, verdaderos, justos, solidarios, sencillos. De esa forma se han dejado abrazar por el Dios que abraza toda la realidad humana.

En la fiesta de la gran familia de los hijos de Dios se respira comunión. “Creemos en la comunión de los santos”, en el intercambio de dones para que nadie se quede sin su ración de pan y gozo para el camino. La comunión fortalece toda debilidad, alienta toda desesperanza. Muchos hermanos y hermanas, que nos han precedido en el signo de la fe y han vivido el Evangelio, cruzan sin pudor toda frontera para seguir haciendo el bien en la tierra. Todos juntos, en el amor, en la santidad, hacemos visible a Dios, porque Dios es la fuente de toda santidad. Seamos santos porque Él es santo. (cipecar)

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