viernes, 7 de septiembre de 2012

De "cristianos burgueses" y otras especies


Como hemos recordado a lo largo de estos capítulos, el cristiano de las terceras moradas, está en un estado de batalla. Otro de los peligros que tienen es construirse castillos en el aire, pensando en lo mucho que serían capaces de hacer por Dios, de crear grandes empresas para anunciar el Evangelio y obras de caridad sin cuento. Pero cuando se encuentran con su propia realidad, y sobretodo, con su poca virtud se desaniman,. A la menos contradicción se sienten sin fuerzas, y desanimados. Santa Teresa alerta a estos que parecen dispuesto a comerse el mundo y aconsejar con ardor a los demás: “Yo he conocido algunas almas, y aun creo puedo decir hartas, de las que han llegado a este estado, y estado y vivido muchos años en esta rectitud y concierto, alma y cuerpo, a lo que se puede entender, y después de ellos que ya parece habían de estar señores del mundo, al menos bien desengañados de él, probarlos Su Majestad en cosas no muy grandes, y andar con tanta inquietud y apretamiento de corazón, que a mí me traían tonta y aun temerosa harto. Pues darles consejo no hay remedio, porque, como ha tanto que tratan de virtud, paréceles que pueden enseñar a otros y que les sobra razón en sentir aquellas cosas” (3M 2,1). Son estos los que se creen que lo saben todo sobre Dios, y no han entendido lo principal: la cruz


El cristiano de las terceras moradas, se encuentra muy a gusto practicando la religión, siguiendo una moral a veces rígida, que lleva al juicio, pero descuida elementos fundamentales como el desprendimiento. El dinero es el caballo de Troya de muchos cristianos piadosos. Y lo peor es que incluso camuflamos nuestro amor al dinero, bajo pretextos piadosos y de caridad. Santa Teresa es categórica: “Viene a una persona rica, sin hijos ni para quién querer la hacienda, una falta de ella, mas no es de manera que en lo que le queda le puede faltar lo necesario para sí y para su casa, y sobrado. Si éste anduviese con tanto desasosiego e inquietud como si no le quedara un pan que comer, ¿cómo ha de pedirle nuestro Señor que lo deje todo por El?  Aquí entra el que lo siente porque lo quiere para los pobres. ­ Yo creo que quiere Dios más que yo me conforme con lo que Su Majestad hace y, aunque lo procure, tenga quieta mi alma, que no esta caridad. Y ya que no lo hace, porque no ha llegádole el Señor a tanto, enhorabuena; mas entienda que le falta esta libertad de espíritu, y con esto se dispondrá para que el Señor se la dé, porque se la pedirá. Tiene una persona bien de comer, y aun sobrado; ofrécesele poder adquirir más hacienda: tomarlo, si se lo dan, enhorabuena, pase; mas procurarlo y, después de tenerlo, procurar más y más, tenga cuan buena intención quisiere (que sí debe tener, porque ­como he dicho­ son estas personas de oración y virtuosas), que no hayan miedo que suban a las moradas más juntas al Rey” (3M 2, 4)

Y después la maldita honra. Son cristianos a lo que les gusta aparentar lo que no son, que lo tengan por buenos y alaben sus obras. Viven pendientes de lo que la gente pueda decir, y hacen aparecer sus obras para que sean conocidas. Teresa los describe así: “De esta manera es si se les ofrece algo de que los desprecien o quiten un poco de honra; que, aunque les hace Dios merced de que lo sufran bien muchas veces (porque es muy amigo de favorecer la virtud en público porque no padezca la misma virtud en que están tenidos, y aun será porque le han servido, que es muy bueno este Bien nuestro), allá les queda una inquietud que no se pueden valer, ni acaba de acabarse tan presto.
¡Válgame Dios! ¿No son éstos los que ha tanto que consideran cómo padeció el Señor y cuán bueno es padecer y aún lo desean?”
(3M 2, 5)

Son cristianos cumplidores, pero muy en razón. No están dispuestos a dar la vida. Viven un cristianismo muy razonable, muy al estilo de los criterios del mundo. Cuidan mucho la salud del cuerpo. En definitiva son como el joven rico, que no están dispuestos a dejar sus cosas, todo, para seguir al Maestro. “Las penitencias que hacen estas almas son tan concertadas como su vida; quiérenla mucho para servir a nuestro Señor con ella, que todo esto no es malo, y así tienen gran discreción en hacerlas porque no dañen a la salud. No hayáis miedo que se maten, porque su razón está muy en sí; no está aún el amor para sacar de razón; mas querría yo que la tuviésemos para no nos contentar con esta manera de servir a Dios, siempre a un paso paso, que nunca acabaremos de andar este camino. Y como a nuestro parecer siempre andamos y nos cansamos (porque creed que es un camino abrumador),harto bien será que no nos perdamos. Mas ¿paréceos, hijas, si yendo a una tierra desde otra pudiésemos llegar en ocho días, que sería bueno andarlo en un año por ventas y nieves y aguas y malos caminos? ¿No valdría más pasarlo de una vez?.... Como vamos con tanto seso, todo nos ofende, porque todo lo tememos; y así no osamos pasar adelante, como si pudiésemos nosotras llegar a estas moradas y que otros anduviesen el camino. Pues no es esto posible, esforcémonos, hermanas mías, por amor del Señor; dejemos nuestra razón y temores en sus manos; olvidemos esta flaqueza natural, que nos puede ocupar mucho. El cuidado de estos cuerpos ténganle los prelados; allá se avengan; nosotras de sólo caminar a prisa para ver este Señor; que, aunque el regalo que tenéis es poco o ninguno, el cuidado de la salud nos podría engañar” (3M 2, 7-8).

Santa Teresa quiere cristianos locos por el Evangelio, personas que se jueguen la vida, que se atrevan a dejarlo todo por el Reino de Dios. Titubeantes, cristianos que vuelven la vista atrás, los que aman su vida y sus cosas por encima de todo, los miedosos que no arriesgan,  no pasaran al interior del castillo. Como el joven rico, se quedaran pesarosos….

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