
En última instancia, la vida cristiana no consiste en imitación o seguimimiento de Jesús, sino en la compenetración de las dos vidas, la de Él y la nuestra; y eso, no por simple empatía, sino por la unión misteriosa de ambas vidas y de ambas personas.
Para Teresa, el talante de quien ha llegado a esta última étapa de la vida cristiana es el resultado de lo que en Él brota de la Trinidad que lo habita y la Humanidad de Cristo que lo santifica. La etapa final consiste en el sumo grado de relación del hombre con Dios en Cristo.
La vida del cristiano, o de todo hombre, no es una jornada a la aventura de lo que en ella suceda, sino que lleva inscrita una tácita pretensión de Dios. Y que al final, tras la suma de grandes mercedes recibidas por el hombre, resulta patente que es lo que Dios pretendió al otorgarle la vida. N se trata de la exposición de un derrotero programado, sino la misteriosa presencia de lo divino en la entraña mismo de lo humano. Esto es lo que ha vivido y experimentado Teresa.
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