martes, 5 de junio de 2012

Desasimiento (II)


Cuando habla del desasimiento, Juan de la Cruz no habla de no usar las cosas, sino del desapego. El que es rico, sea en bienes materiales o espirituales, está convencido de que no necesita de nadie ni de nada; su corazón está puesto en sus bienes, en esas riquezas encuentra la vida y por ellas la pierde; y así se imposibilita para poner su corazón en Dios.

El desasimiento que Juan nos propone es la pobreza evangélica. Las riquezas en sus dos vertientes (material y espiritual) no puede interponerse entre Dios y la persona. No puede constituir para el sujeto humano la garantía suprema y definitiva de su vida, porque eso sólo puedo serlo Dios.

La pobreza evangélica se convierte así en un modo de ser, de situarse ante la vida, ante Dios y ante los demás.

La riqueza impide la humildad, el situarse adecuadamente delante de Dios. El desasirnos de los bienes es una demostración fáctica, con hechos y no con palabras, que nuestros intereses no están en el dinero o el poder, que de verdad lo esperamos todo de Dios, y qué sólo en Él queremos poner nuestro corazón.

Por eso el contemplativo está llamado a desprenderse de sus bienes. A no poner su relación con Dios en sus logros espirituales o morales. Pero está llamado también a desprenderse de de sus poderes, "considerando a los demás como superiores a uno mismo", como nos recuerda Pablo.

Dinero y poder son las dos grandes pasiones del ser humano. Incluso a veces en la vida espiritual, se usa a Dios, para adquirir un poder muy sútil que es el poder de la buena conciencia, del juicio sobre los demás. Y no hay peor poder, que el poder religioso.

La riqueza y el poder son dos grandes ídolos de hoy y de siempre que seducen a toda persona, incluso a las más espirituales. Por eso, importa desde el principio dejar claro su caracter idolátrico, para así despejar el camino que nos permite entrar en la vía del seguimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario