La fe y la esperanza nos acercan a Dios, pero sólo el amor nos une con Él. Para san Juan de la Cuz, el amor puro, es aquel en que el alma, amando a Dios, no busca la satisfacción propia, sino la de su amado. Los hombres somos muy inclinados al deleite, y expontaneamente buscamos satisfacción aun en nuestras más nobles acciones, menoscabando así la pureza de nuestro amor. Nos ocurre así muchas veces hasta en el amor de Dios.
Sí,muchas veces buscamos a Dios para encontrar la seguridad que no tenemos; para no tener que usar nuestra libertad y escudarnos en la voluntad de Dios y no tener que tomar decisiones, por el miedo que tenemos a nuestra propia libertad. También las psicologías infantiles e inmaduras pueden refugiarse en la espiritualidad buscando una sobreprotección en sus vidas, encerrandose en un mundo espiritual que los protege de la realidad, una realidad en la que no son capaces de vivir. Otros por el contrario se hacen fuertes frente a los demás, a través de una rígida moral, formas externas de pobreza, o devociones visibles, intentando así tener poder sobre los demás, sintiéndose superiores a ellos y ocultando así su falta de personalidad y poca autoestima.
Por eso, a veces, Dios dándonos su luz, nos deja sin nada en lo espiritual para animarnos a confiar sólo en Él; a buscarlo sólo a Él, a esperar sólo en Él, y que empiece así a nacer el amor puro.
San Juan de la cruz, cuando habla del amor, nos enseña a distinguir en el amor, el sentimiento y la operación. Y nos muestra el valor relativo del primero y la cualidad sustancial del segundo.
El sentimiento en el amor no es malo. ¡Ni mucho menos! Hay que amar con toda nuestra capacidad de amar, y esto, incluye el sentimiento. Pero amar a Dios significa practiamente acatar de modo tan absoluto la voluntad de Dios, que nuestra voluntad se pierda en la suya. En el amor humano, el que nos tenemos unos a otros, el que se tiene dos personas que se quieren especialmente, pasa lo mismo. Los sentimientos son nubes pasajeras, que puedan cambiar,incluso por un simple enfado. Pero cuando uno ama de verdad con amor puro, el amor está por encima de las circunstancias adversas, e incluso del desamor del otro.
Por eso, san Juan de la Cruz, enseña que el sentimiento es una circunstancia del amor; y que, en asuntos de amor, se haga poco caso del sentimiento, ´"empeñándonos" en amar a Dios cueste lo que cueste. En el amor humano nos encontramos con lo mismo. Es la voluntad de amar y no el sentimeinto lo que puede mantener un vínculo entre dos personas, sea de amistad o de amor preferencial.
Lo que hace la noche, la sequedad, cuando se nos van las ganas de orar y de hacer el bien es eso: conducirnos al amor de voluntad, o si queréis, como lo traduzco yo al "amor comprometido". El amor puro, del que habla el santo, es un amor sin egoísmos, en que se ama por amar "con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas". Si una persona quiere crecer en el amor de Dios y en el amor a los demás ha de pasar por la experiencia de este amor gratuito en que no se recibe otra cosa a cambio que el amor.
San Juan de la cruz nos enseña a amar, sin otro motivo que el amor mismo: "ya sólo amar es mi ejercicio". Y éste ama a Dios, aunque no lo sienta, ni le encuentre, aunque no esté inclinado al bien. Este amor ama a los hermanos, aunque sean egoístas, maleducados, airados, o insoportables. Y los ama "con todo el corazón". Por eso, san Juan de la Cruz es lapidario: "Aprende a amar, como Dios quiere ser amado, y olvida tu condición"
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