lunes, 18 de junio de 2012

Necesitamos la noche....


A veces la sequedad en la oración es una gracia. Pero otras veces, es el fruto de nuestra desidia. Es lo que los antiguos llamaban la tibieza. Tibio es esa persona que le da lo mismo una cosa que otra. Que ya no se esfuerza por vivir una vida conforme al Evangelio. Es aquel que la voluntad de Dios en su vida coincide peligrosamente con su propia voluntad. Es aquel que ya no busca, ni pide. Es un indeferentismo práctico, en la que la persona va perdiendo todo aliento en el servicio de Dios.

Hoy también podíamos traducir la tibieza por la llamada "religión a la carta". La persona ya no se tiene que convertir a Dios, sino que es Dios quien se debe convertir a lo que la persona espera de él. Y así Dios, se convierte en una idea, en "algo" que utilizamos para tapar nuestras carencias afectivas, mantener nuestra inmadurez psicológica, o superar los miedos que produce la fragilidad de la existencia.

San Juan de la Cruz, invita constantemente a entrar en el camino del asombro. Es decír, dejarnos seducir por un Dios que nos resulta "extraño", en el sentido que siempre es más grande, más amoroso, y más alto que lo que podamos entender de Él.

Pero entrar en el camino del asombro, lleva también la conversión, el cambio. Y este camino lleva a la noche, la oscuridad. Por eso, la "noche oscura" de la que habla san Juan de la Cruz es una gracia, porque nos abre las puertas a encontrarnos con el Dios vivo y verdadero. No es ya nuestra creación, ni la proyección de nuestras necesidades afectivas, o psicológicas, sinol a misma experiencia de Moises que tiene que descalzarse ante la zarza ardiente.

Por eso, san Juan de la CRuz, invita una y otra vez a la persona a desnudarse de sus imágenes de Dios, de sus conceptos, de todo aquello que en nuestra vida espiritual está impidiendo la manifestación del Dios vivo y verdadero.

Los cristianos de hoy, necesitan la noche, para ir dejando tantas cosas, que confunden con Dios. Para irse desprendiendo de todo aquello que hemos confundido con Dios, para abrirnos a la experiencia del encuentro de Aquel que nos llama  a una vida de comunión y de amistad con Él.

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