lunes, 25 de junio de 2012

¡Oh noche que juntaste amado con amada!


Cuando Dios "hace desfallecer al alma a todo lo que no es Dios naturalmente" (II, 13, 11), cuando advierte que a través de sus propios razonamientos ni ideas, incluso las más espirituales, no puede llegar a Dios, y qué unicamente mediante una fe confiada y oscura puede agradar a Dios (II, 21, 4), entonces Dios que siempre estaba dispuesto y sólo buscaba el espacio libre, del que se han expulsado los falsos dioses, puede entrar en el alma con gran ternura y amorosa amistad (II, 7, 4).

Se puede entonces empezar a producir la creación de un hombre nuevo, cuyo germen había sido puesto en en bautismo. Este hombre se encuentra participando en Dios y lo ve todo con los ojos de Dios (II, 20, 5). Este hombre es capaz de cumplir de veras con el primer precepto que dice: "amarás a tu Dios de todo corazón, y de toda tu mente, y de toda tu alma, y de todas tus uerzas".

No estamos ante un fusión panteista o simbiótica de Dios con el hombre, sino ante una amistad en la que el hombre se hace tanto más libre e independiente cuanto más vive en comunión con Dios.

  En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
(¡oh dichosa ventura!)
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.              

  A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
(¡oh dichosa ventura!)
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.   
              
  En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía                             
sino la que en el corazón ardía.               

  Aquésta me guïaba
más cierta que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.                  

  ¡Oh noche que me guiaste!,
¡oh noche amable más que el alborada!,
¡oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

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