martes, 19 de junio de 2012

Los frutos de la noche


Orar cuando sentimos consuelo, es fácil; prácticar las buenas obras cuando nos sentimos movidos a ello, y además los demás lo saben y alaban es gratificante. Pero el amor cristiano no es amor sensible, o por lo menos no solamente amor sensible, sino que al amor cristiano lo podríamos llamar "amor comprometido". Y es este, el amor que lleva a la experiencia de Dios, y por el que san Juan de la Cruz nos quiere conducir.

Cuando la luz de Dios irrumpe en la vida de una persona, esta se queda ciega, oscura, porque es Dios quien lleva las riendas de la vida, y entonces la persona tiene que ir aprendiendo a vivir en la fe, que como dice el santo "es noche oscura para el alma".

Ese amor comprometido es lo que el santo llama: "amor infuso", porque es un amor hacia el que la persona se siente arrastrada. Y que está por encima de lo que sentimos o queremos en ese momento.

De la noche, la persona sale con un sentimiento profundo de lo poco que es; y es consciente de que sin Dios nada puede. Por eso, se acerca a Dios con mayor reverencia y respeto.

También la propia conciencia sobre su pobreza hace que la persona sea más indulgente en los juicios sobre el prójimo, y, de esta manera, la caridad fraterna viene a ser más delicada.

Pero sobretodo, aprende la persona a practicar sus buenas obras, no ya por el gusto que en ellas siente, sino por puro convencimiento de que ese es el camino de la verdadera felicidad, del encuentro con Dios.

La noche, es el paso de la edad infantil a la edad adulta en la vida cristiana. Es dejar la leche, para entrar a tomar el alimento sólido.

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