En las primeras moradas habitan las personas que comienzan a tener oración. Son personas que todavía no caminan con rápidez en la vida cristiana, sino que andan rondando el castillo, pero no han descubierto todavía la belleza de la amistad y comunión con su Dios. Por un lado sienten la belleza del amor de Dios, pero por otro están encadenados en las cosas que los apartan de él. Les falta la determinación del desasimiento. Viven entre dos mundos. Pero se animan a tener ratos de oración, donde Dios les va comunicando su gracia, llevándolos a una nueva aventura, invitándolos a una nueva forma de vida en en el amor.
Santa Teresa nos da tres consejos en esta primera morada:
a) Atención al pecado que amenaza la ruina del castillo.
b) Ahondar en el propio conocimiento, para cimentarse en humildad.
c) Dilatar la mirada y otear dentro de sí el vasto paisaje del Castillo interior.
Cuando Teresa introduce al principiante en su vida espiritual lo encara con dos situaciones límite: la suma dignidad del hombre, y la suma fealdad del pecado. El hombre que no se deja guiar por los designios de amor del Creador, se envilecce cuando vive una vida centrada en sí mismo, sin vivirla como un don para los demás, se empequeñece. El hombre se autodestruye en el egoismo. La oración es el comienzo de un salir de sí mismo al encuentro con Dios y con los hermanos.
¿En qué consiste el propio conocimiento que nos propone Teresa? El principiante no se conocerá a sí mismo sino se sabe habitado por Dios. Pero el hombre es capaz ( y lo hace) de introducir el mal en el castillo. Al mismo tiempo el riesgo fatal del propio conoicimiento es ver sólo el lado negro de sí mismo. Esto ocurre sí vemos sólo nuestra historia desconectada de Dios. Entonces lograremos un propio conocimeinto ratero y envilecedor, cobarde y frustrante. Por eso Teresa nos invita a apunta más alto: "poner los ojos en el centro del Castillo donde está el rey"
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