En el castillo, las terceras moradas son un seguro de vida sólo si el morador de ellas deposita toda su confianza en Dios. Educarse en el arte de una confianza ilimitada en él es tarea de esta jornada espiritual. Sólo la ilimitada confianza en Él podrá salvarnos de la inestabilidad e inseguridad permanenete de uno mismo.
El morador de las terceras moradas debe entrenarse en la tarea compleja de la generosidad, de cara a Dios y a los hermanos. No sólo ofrecer y ofrecerse, sino recuperarse de la humillación, del fracaso y de las incoherencias de la propia generosidad. Debe entrenarse en algo más dificil: en aceptar que Dios tome la iniciativa más allá de sus proyectos de generosidad.
La etapa que Teresa está describiendo corresponde a una especia de "adolescencia espiritual". El adolescente espiritual se cree muy seguro de sí mismo, de su propia fuerza, de sus actos, tiene la convicción (quizá oculta) de que la iniciativa le corresponde a uno mismo y Dios y su amor pasan inevitablemente a un segundo lugar. Esfuerzo, lucha y responsabilidad persisturán hasta la última jornada de la vida, hasta la morada postrera del castillo. Pero más allá de nuestros esfuerzos y proyectos, Dios tiene su quehacer en nosotros. Y generalmente se hace presente desbarantando nuestros últimos reductos.
En la óptica de santa Teresa, esta prueba de amor, tiene dos objetivos: evidenciar la precariedad de nuestros esfuerzos ascéticos; y pasarnos a otro ritmo de andadura espiritual. En última instancia, de lo que se trata, es que el secreto de nuestra vida cristiana consiste en abrirnos a la acción de Dios.
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