
Por eso Teresa propone el recogimiento para introducirnos a la oración contemplativa, tal como hemos explicado en capítulos anteriores. Pero recogerse no es ensimismarse. La interioridad no es refugio para aislarnos del mundo; al contrario, es el lugar donde nos encontramos cono desfondados, remitidos a los otros, al Otro que nos precede y nos funda. El esfuerzo del recogimiento no se reduce, pues, a las técnicas de concentración o a la lucha metódica contra las distracciones y el aburrimiento en la oración.
Teresa no nos propone captar un "objeto" de posesión, sino a vaciar el propio interior, a romper con esas formas defectuosas de relación que son el espíritu de propiedad y de dominio, a purificar el corazón hasta que refleje la presencia que lo habita. Se trata de recogerse hasta trascenderse, de entrada en lo más interior de uno mismo y de salida irreprimible más allá de sí mismo, de adentrarse con Dios en el centro más secreto de uno mismo para encontrar allí el secreto originario de Dios y del hombe: Jesucristo.
Sólo quien se trasciende, quien va más allá de uno mismo, saliendo literalmente de sí, desposeyéndose de toda pretensión de dominio, podrá descubrir la trascendencia.
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