miércoles, 29 de agosto de 2012

3 Moradas (I)


¿Quienes viven en estas terceras moradas? Santa Teresa nos lo describe así: "son muy deseosas de no ofender a Su Majestad ni aun de los pecados veniales se guardan , y de hacer penitencia amigas, sus horas de recogimiento, gastan bien el tiempo, ejercítanse en obras de caridad con los prójimos, muy concertadas en su hablar y vestir y gobierno de casa, los que las tienen. Cierto, estado para desear y que, al parecer, no hay por qué se les niegue la entrada hasta la postrera morada ni se la negará el Señor, si ellos quieren, que linda disposición es para que las haga toda merced"(3M 1, 5).

Estas moradas es un periodo de prueba. El hombre de las terceras moradas tiene que pasar la "prueba del amor", liberadora de egoismos y de espejismos narcisistas en la vida espiritual. Ha de fijarse un programa de vida espiritual y de oración, y permanecer en él. Suele ser una persona con celo por llevar a tras personas al conocimiento y amistad con Jesucristo. Tienen sus tiempos de oración, y se dedican al servicio del prójimo en todo lo que tienen. Quizá el problema de estas personas es que son muy "concertadas", es decir, lo tienen todo demasiado planificado, y basan su vida espiritual no en la fe desnuda, sino en los gustos que encuentran en la oración y en una vida humana y espiritualmente ordenada. En estas terceras moradas sobrevienen la sequedaz y la aridez en la oración, es decir, el disgusto y la desgana en las cosas de Dios, que prueban la verdad de nuestro amor y aun de nuestra fe.

El cristiano de las terceras moradas tiene que someterse a misteriosos controles de autenticidad; de la misma manera que el pueblo de Israel fue probado en el desierto 40 años, para ver si permanecían fieles a la Alianza con Dios; o el joven rico que se debate en permanecer en sus riquezas o entrar en la gratuidad del Reino. En estas moradas se vive en riesgo permanente, el creyente tendrá que ir haciendo opciones, muchas veces dolorosas, y sólo apoyado por una fe desnuda, muchas veces sin consuelo. Uno no se fía de Dios, en un momento de consuelo, o de iluminación, sino sólo fiado en la Palabra de Dios, en la que dice que Dios siempre permanece fiel. Teresa nos propone dos personajes bíblicos como modelos: las dos figuras paradigmáticas son David y Salomón: uno, que supera el riesgo; otro que sucumbe en él. Así es el cristiano de las terceras moradas. En su horizonte está la aventura del desierto, para recuperar el primer amor con Yahvé. Pero también las cebollas y los ajos de Egipto lo llaman.

Teresa está convencida de que, en el fondo, todos tendremos que hacer la travesía de una experiencia similar a la suya. Experiencia agridulce de la propia fragilidad. Con alternativas de autosuficiencia e incoherencia. De espejsmos y humillaciones. De firmes determinaciones y dudas envolventes y totales. Es la experiencia de la propia inseguridad radical. Y la necesidad de descubrir la misericordia amorosa de Dios como única tabla de salvación.

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