La vida cristiana tiene como base un mismo amor: el amor a Dios y al prójimo. La vida contemplativa, tal como la propone Teresa, que es una forma de ser cristiano, tiene ese mismo amor como base. La vida contemplativa tiende a la comunión con Dios, por eso el amor es lo único que nos une a Dios, y por eso el amor es presentado por Teresa como único cámino.
Cada uno de esos dos amores, tiene su función: el amor al prójimo hace de parámetro: " "Las más cierta señal que hay de sí guardamos el amor a Dios, es guardando bien la del amor del prójimo, porque si amamos a Dios no se puede saber, aunque hay indicios grandes para entender que le amamos, más el del prójimo sí" (5M 4,8). Y el amor de Dios hace de raíz, pues " todos los demás amores dependen de ese amor" (V 40, 4); por eso en otra parte dice: " Porque creo yo según es malo nuestro natural, que si no es naciendo de raíz del amor de Dios, que no llegaremos a tener con perfección el del prójimo" (5M 4,9).
La experiencia teresiana va más alla, e incluso entiende que lo mejor, lo más agradable, que podemos dar a Dios, es dejarlo a él, para servir al prójimo. No olvidemos que quien habla es una contemplativa, una mujer fuerte de oración, pero que en la madurez de su experiencia cristiana, descubre el lugar santo de la presencia de Dios: el otro: "¡Oh Jesús mío, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a vos por su amor y ganancia, y entonces sois poseído más enteramente; porque aunque no satisface tanto en gozar la voluntad, el alma se goza de que os contenta a Vos, y ve que los gozos de la tierra son inciertos, aunque parezcan dados de vos, mientras vivimos en esta mosrtalidad, si no van a compañados con el amor del prójimo. Quien no le amare, no os ama, Señor mío, pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán" (E 2, 3)
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