La segunda virtud que Teresa propone al que quiere ser contemplativo es "desasirse de todo lo criado". No se trata de negar las realidades mundanas o de carecer de las cosas, sino de eliminar en el sujeto el apego de ellas, entendiendo por apego la afección desordenada que convierte la realidad mundana y finita en un ídolo, en una falso dios, que decepciona el deseo depositado en ella. San Juan de la Cruz describe maravillosamente el desasimiento cuando dice: "no hablamos aquí del carecer de las cosas, porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas, sino de la dejadez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. Porque no ocupan el alma las cosas de este mundo ni la dañan, sino la voluntad y apetito de ellas que moran en ella" (1S 3, 4; D 48)
Dificilmente podrá realizar la experiencia contemplativa, y cristiana, el hombre que vive "atesorando para sí", volcado en sus posesiones y con una voluntad dominadora, adorador de sí o de objetos aúun inferiores a sí mismo. Cuando el hombre se hace posesivo, todo lo reduce a objeto de posesión: cosas, personas, la religión, el amor, la fe, Dios mismo. Un hombre así ha pervertido su condición personal, y necesita pasar del espíritu de posesión a la pobreza espiritual.
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