La humildad es la lucidez propia del amor, es lo que hace que un bien sea un bien: un amor sin humildad no ama de verdad; una esperanza sin humildad, no es sino presunción, capaz de tornarse en desaliento ante la mínima prueba; un perdón sin humildad no es más que otra vuelta en el círculo de la venganza, y así con todo. Más que una virtud la humildad es la esencia, la verdad de todas ellas, por eso "es la principal y las abraza a todas" (CV 4, 4). Y de ahí el principio de Teresa: "espíritu que no vaya comenzado en verdad, yo más le querría sin oración" (V 13, 16). Pues lo que hace que una virtud sea buena, es que sea humilde.
La humildad es condición de todos los dones divinos, pues es el primero de sus dones y nunca deja de serlo, como confirma Teresa con su propia experiencia: "es muy ordinario, cuando alguna particular merced recibo del Señor, haberme primero deshecho a mí misma, para que vea más claro cuan fuera de merecerlas yo, son" (V 38, 17). Por eso, lejos de reducirse a una primera etapa, la humildad es la raíz permanente de toda vida espiritual, como la raíz del árbol que no deja de profundizar a medida que éste crece. Y por esto, concluye Teresa: "como este edificio todo va fundado en humildad, mientras más allegados a Dios, más adelante ha de ir esta vitud, y si no, todo va perdido" (V 12, 4; 7M 4, 8).
Tenemos que tener cuidado con nuestra supuesta humildad. La virtud se prueba y se fortalece en la prueba. Santa Teresa lo recordaba a sus monjas: "Adonde el demonio puede hacer gran daño sin entenderle, es haciéndonos creer que tenemos virtudes no las teniendo, que esto es pestilencia" (CV 38, 5). Y no desanimarmos por los altibajos en la vida cristiana y en la práctica de las virtudes. La misma Santa Teresa experimentó esto: "unas veces me parece que estoy muy desasida, y en hecho de verdad, venida la prueba lo estoy; otra vez me hallo tan asida, y de cosas que por ventura el día de antes burlara yo de ello, que casi no me conozco. Otras veces me parece tengo mucho ánimo y que a cosa que fuere servir a Dios, no volvería el rostro; y probado es así que le tengo para algunas; otro día viene que no me hallo con ánimo para matar una hormiga por Dios, si en ello halláse contradición. Así, unas veces me parece que de ninguna cosa que murmurasen ni dijesen de mí, no se me da nada, y probado, algunas veces es así, que antes me da contento. Vienen días que sólo una palabra me aflige y querría irme del mundo, porque me parece me cansa en todo. Y en esto, no sola yo, que lo he mirado en muchas personas mejores que yo, y sé que pasa así"(CV 38, 6).
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